Este maldito virus te alejó para siempre de nosotros, tus hijos. La soledad fue la única compañía durante tus últimos seis días de vida. No tuvimos la oportunidad de darte un beso de despedida, ni dedicarte unas palabras de consuelo, ni pudimos darnos un abrazo los hermanos, ni pudimos llorarte en compañía, ni pudimos enterrarte donde deseabas. Aislados, encerrados en nuestras casas, tan sólo unas palabras de aflicción telefónica nos fueron concedidas. El dolor y la pena nos embarga desde este cautiverio que vivimos, pero llegará el día en que se abran las puertas y podamos, por fin, reunirnos. Y nos juntaremos en tu recuerdo y recuperaremos los abrazos perdidos y saborearemos la sal de nuestras lágrimas y recordaremos los momentos vividos y, finalmente, podremos descansar nuestro pesar cuando depositemos tus pobres restos en el lugar elegido.
Queremos que sepas, padre, que el silencio de tu muerte solitaria permanecerá por siempre en nuestro recuerdo.


Nuestro agradecimiento a los miembros de los equipos sanitarios del Hospital Severo Ochoa de Leganés que, no dudamos, pusieron todo su empeño y cariño para que el tránsito fuera lo menos doloroso y triste posible. Muchas gracias.

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